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IDENTIDAD
decadencia de un símbolo

Desde el inicio de la civilización, el tratamiento del toro ha ido desde una deidad hasta un motivo folclórico, desde un oponente respetado hasta un bufón humillado por las masas. La presencia de un toro vivo como símbolo de fertilidad y de la divinidad, testfica lo efímero de la identidad y también el proceso en el que la identidad se descompone y se pierde.

Se expone el toro en el espacio de la galería y se enfrenta al espectador. Pero no de tal manera que sea un oponente desafiado a quien provocaremos para demostrar nuestra propia fuerza y satisfacer una necesidad personal de riesgo.  El toro se enfrenta al espectador convirtiéndose por primera vez en interlocutor.

El suelo de la galería de arte está cubierto con 3 toneladas de arena y las puertas de la galería han sido reemplazadas por una apertura horizontal para los observadores, similar a la que utilizan los ornitólogos en sus observatorios. Un toro bravo ha sido seleccionado para ser el “exponato”. Se trata de una especie criada y preparada para luchar en la arena, por lo que tiene todos los atributos necesarios: es fácilmente irritable y es muy agresivo.

El interior de la galería se filma con 7 cámaras y se transmite directamente en las superficies exteriores, son paredes accesibles al espectador. Al mismo tiempo, dos microcámaras en los cuernos del toro envían imágenes en tiempo real para informar al espectador sobre el ángulo de visión del animal. Otra cámara graba y transmite la reacción de los espectadores simultáneamente.

El material audiovisual resultante se transforma en una transposición digital donde los espectadores se proyectan en dos grandes áreas de las paredes del espacio de exhibición, además de cinco tablets en pedestales blancos en las que se reproducen diferentes secuencias de la figura del mismo toro.

 

Creditos:

Autor/artista: Maya-Marja Jankovic

Toro: Presumido

Propietario: Juan Ramón Ponce

Colaboracion:

Mima Jankovic

Antoni Castelló (Fili)

David Cebrián Tarrasón

Elizabeth Arana Zúñiga

Bane Jankovic

Pascual Arnal

Realización audiovisual:

Juan Vicent Doñate

Luís Aguilar

Operadores de vídeo:

Carlos Pitarch

Pierre Benjamin Defelice Savary

Soporte montaje: Hendi Basel, David Lozano, Pierre Benjamin,

Mirarse desde dentro

“A veces en las tardes una cara

Nos mira desde el fondo de un espejo;

El arte debe ser como ese espejo

Que nos revela nuestra propia cara”.

Arte Poética, Jorge Luis Borges

 

Un principio de la consciencia de la identidad es el reflejo de uno/a mismo/a frente al espejo o en la superficie del agua, como narra el mito. Mirarse con los ojos puede resultar sorprendente al principio, pero asimilamos con gran rapidez lo que vemos, incluso puede que rápidamente nos guste. Sin embargo, llegar a entender racionalmente aquello que tenemos delante, nosotros mismos reflejados, un cuerpo y una cara que evoluciona, madura, decae, se dirige sin pausa hacia un final sabido… comprender todo esto una vez se toma consciencia de lo que representa, lleva toda una vida asimilarlo. Arrastrar y desarrollar este proceso es la vida misma.

Ante la incertidumbre y la pérdida, los mitos consiguen erigirse como relatos verosímiles, aunque bien sabemos que no son reales. Nos toman de la mano y nos guían hacia un final inventado que aplaca nuestra angustia. Si la Ilustración surgió como efervescencia de lo real y triunfo de la razón frente al mito lisonjero, la identidad se forjó tras nuestra constatación como humanos, es decir, como portadores de un cuerpo libre, liberado, y como una mente que aspira a la libertad más absoluta. Así pues ¿dónde ubicar los mitos entre tanta certeza desnudada? ¿Qué lugar ocupan en un territorio a su vez delimitado por sus cualidades y sus faltas, por sus características sociales y por el devenir de la cultura, es decir, un territorio al fin y al cabo a imagen y semejanza de la identidad que (le) define?

Maya-Marja Jankovic vuelve a plantear la cuestión de la identidad tras la instalación que llevaba por título ¿Qué pasó con los dioses griegos?, realizada hace ahora dos años, hasta el punto de convertir la obra en una acción viviente que refleja oscuramente nuestra identidad, como mirándonos desde el fondo de un lugar ancestral. Los actores han invertido sus roles. Aquello que ocupa el lugar de la representación es aquí la propia realidad, vívida como una respiración. Los espectadores permanecen afuera, intentando mirar a través de un burladero que ha intercambiado, del mismo modo, su funcionalidad. Hay varios elementos dignos de reseñar en esta suerte de mise en abyme. Por un lado, el hecho de que la entrada a la sala esté negada al público y que éste sólo pueda acercarse a mirar por una rendija la acción que acontece adentro. Por otro lado, que el animal porte dos cámaras de vídeo insertadas en sus cuernos y que reproduzca imágenes en directo de su visión interior y lleguen hasta la mirada del público concentrado afuera. Finalmente, que todo reconstruya una versión actualizada del laberinto y su minotauro, y donde el hilo de Ariadna emite señales wireless para que encontremos el camino de vuelta. La imagen como demiurgo que trae luz y confiere sentido a lo que ocurre en un espacio vedado a nuestros pasos (como también dejó dicho Borges), pero igualmente a nuestra mirada. Del mismo modo, la Ilustración se enfrenta y se opone a la Iluminación con pruebas fehacientes y gestos definidos.

La cultura de un pueblo, de una civilización entera, se asienta en cuestiones básicas como la protección y la seguridad frente a lo desconocido. A través de elementos simbólicos que superan los grandes miedos y se instalan como imágenes definitorias, la tradición popular mediterránea adora al toro con la desvergüenza de quien, sintiéndose por encima del animal, se comporta muy por debajo de su condición. El arte de una época como la presente asume su rol como traficante de identidad, como inquisidor de la sociedad y el contexto donde se inserta y como elemento simbólico de una nueva línea de tiempo de la historia. Y, ante todo, comprende que “debe ser como ese espejo / que nos revela nuestra propia cara”, de modo que no tengamos la tentación de mentirnos sin saber al menos que lo estamos haciendo.

 

Álvaro de los Ángeles